Después del anochecer

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Descripción:

Una serie de cuentos que se supone que sus retratistas le cuentan a un retratista; el marco nos cuenta cómo llegó a pensar en publicar los relatos así recopilados; las introducciones describen las circunstancias en las que se contaron los cuentos. Estas porciones tienen un delicado interés cotidiano. Los cuentos son relatos de aventuras, bien variados, ya menudo llamativos en los incidentes, o con situaciones trepidantes; y son una lectura tan agradable como un lector de novelas podría desear.

Extracto

Antes de comenzar, con la ayuda de la paciente atención y la pronta pluma de mi esposa, a relatar cualquiera de las historias que he escuchado en varias ocasiones de personas cuyas semejanzas me han encargado tomar, no estaría mal si trato de asegurarme el interés del lector en las siguientes páginas, explicando brevemente cómo me apoderé de la materia narrativa que contienen.

De mí mismo no tengo nada que decir, salvo que he ejercido la profesión de retratista ambulante durante los últimos quince años. La búsqueda de mi vocación no solo me ha llevado por toda Inglaterra, sino que me ha llevado dos veces a Escocia y una vez a Irlanda. Al moverme de un distrito a otro, nunca me guío de antemano por ningún plan establecido. A veces, las cartas de recomendación que recibo de personas que están satisfechas con el trabajo que he hecho para ellas determinan la dirección en la que viajo. A veces oigo hablar de un nuevo barrio en el que no reside ningún artista de talento y me mudo allí por especulación. A veces, mis amigos entre los comerciantes de cuadros dicen una buena palabra en mi nombre a sus clientes ricos, y así me allanan el camino en las grandes ciudades. A veces, mis prósperos y famosos hermanos artistas, al enterarse de pequeños encargos que no vale la pena aceptar, mencionan mi nombre y me procuran presentaciones en agradables casas de campo. Así sigo adelante, unas veces de un modo y otras de otro, sin ganarme una reputación ni hacer una fortuna, pero quizás más feliz, en general, que muchos hombres que han obtenido tanto lo uno como lo otro. Así, al menos, trato de pensar ahora, aunque comencé en mi juventud con una ambición tan grande como los mejores. Gracias a Dios, no me corresponde aquí hablar de tiempos pasados ​​y sus desengaños. Una punzada de la vieja angustia sin esperanza me invade a veces, cuando pienso en mis días de estudiante.

Una peculiaridad de mi forma de vida actual es que me pone en contacto con todo tipo de personajes. Casi me siento, a estas alturas, como si hubiera pintado todas las variedades civilizadas de la raza humana. En general, mi experiencia del mundo, por dura que haya sido, no me ha enseñado a pensar mal de mis semejantes. Ciertamente he recibido tal trato de manos de algunos de mis modelos que no podría describir sin entristecer y escandalizar a cualquier lector de buen corazón; pero, considerando un año y un lugar con otro, tengo motivos para recordar con gratitud y respeto, a veces incluso con amistad y afecto, una proporción muy grande de las numerosas personas que me han empleado.

Algunos de los resultados de mi experiencia son curiosos desde el punto de vista moral. Por ejemplo, he encontrado mujeres casi uniformemente menos delicadas al preguntarme sobre mis condiciones y menos generosas al remunerarme por mis servicios que los hombres. Por otro lado, los hombres, que yo sepa, son decididamente más vanidosos de sus atractivos personales y están más irritantemente ansiosos de que se les haga plena justicia en el lienzo que las mujeres. Tomando ambos sexos juntos, he encontrado a los jóvenes, en su mayor parte, más gentiles, más razonables y más considerados que los viejos. Y, resumiendo, de manera general, mi experiencia de diferentes rangos (que se extiende, permítanme una premisa, desde los pares hasta los taberneros), he encontrado la mayoría de mis recepciones formales y desagradables entre personas ricas de incierto social. de pie: las clases más altas y las más bajas entre mis patrones casi siempre se las arreglan, de maneras muy diferentes, por supuesto, para hacerme sentir como en casa tan pronto como entro en sus casas.

El único gran obstáculo con el que debo luchar en el ejercicio de mi profesión no es, como algunos pueden imaginar, la dificultad de hacer que mis modelos mantengan la cabeza quieta mientras los pinto, sino la dificultad de lograr que conserven el aspecto natural. aspecto y las peculiaridades cotidianas de la vestimenta y los modales. La gente asumirá una expresión, se cepillará el pelo, corregirá cualquier pequeño descuido característico en su vestimenta; en resumen, cuando quiera que les tomen un retrato, parecerá que están sentados para sus fotografías. Si los pinto, bajo estas circunstancias artificiales, por supuesto no los presento en su aspecto habitual; y mi retrato, como consecuencia necesaria, decepciona a todos, incluido siempre el retratado. Cuando deseamos juzgar el carácter de un hombre por su letra, queremos su habitual garabato tachado con su pluma común de todos los días, no su mejor texto pequeño, trazado laboriosamente con la mejor punta de pluma de cuervo que se pueda conseguir. Lo mismo ocurre con la pintura de retratos, que, después de todo, no es más que una lectura correcta de los aspectos externos del carácter reconociblemente presentado a la vista de los demás.

543 páginas, con un tiempo de lectura de ~8,25 horas
(135.984 palabras)y publicado por primera vez en 1856. Esta edición sin DRM publicada por Libros-web.org,
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